La fatiga de ser birmano en Tailandia.

11 de Junio de 2008

La fatiga de ser birmano en Tailandia.

Intensa labor de Cáritas a favor de los derechos de esta minoría.

Cáritas. 11 de junio de 2008.- La señora Daw Win (nombre ficticio) tiene 48 años, es birmana y lleva 13 años en la vecina Tailandia. Según las normas oficiales, debería ir a todas horas con su tarjeta de identidad colgada del cuello en lugar bien visible si no quiere ser detenida. En el barrio de la isla de Park Nam donde vive es fácil encontrarse con pasquines expuestos en la vía pública donde se detallan ésta y otras restricciones a las que los birmanos tienen que someterse: no pueden ir en bicicleta, ni usar teléfonos móviles, ni vender, ni ir en grupos de más de cinco personas ni tampoco estar en la calle después de las diez de la noche. Pero ni siquiera obedecer estas normas es garantía de que podrán permanecer tranquilos. En Park Nam, como en todos los sitios habitados por ellos hay frecuentes redadas policiales y los indocumentados son devueltos a sus país sin contemplaciones.

A pesar de todo, la familia de Daw Win sale adelante como puede. Viven en un atestado e insalubre barrio de palafitos, su marido es pescador y sus seis hijos van a la escuela, aunque esto es otra complicación. Aunque la ley de Tailandia reconoce el derecho de los todos los niños –nacionales o no– a la educación, en la práctica muchos de los pequeños birmanos dejan de frecuentar las aulas después de los once o doce años incapaces de soportar el acoso de sus compañeros y se buscan un trabajo.

Intensa labor social de Cáritas

Para ayudar a estos niños, los padres maristas y la comisión de migraciones de Cáritas Tailandia han puesto en marcha una red de 15 escuelas, algunas de ellas en la frontera entre la legalidad y la ilegalidad. No pueden dar certificados, y tienen que usar el rebuscado nombre de “centros de aprendizaje”. En una de ellas, el centro escolar Victoria, situado al final de un callejón, visitamos dos aulas con 210 niños birmanos de 5 a 14 años donde hoy hay vacunaciones. Estudian el mismo currículo que en Birmania, donde muchos de sus padres piensan en volver un día. Aunque no comparten aula con niños birmanos, los maristas y Cáritas llevan años organizando visitas a escuelas tailandesas para que no se queden aislados. Como explica el padre marista Damián Dempsey, “la última finalidad del servicio educativo que se les presta es ayudarles a que haya una relación digna entre tailandeses y birmanos”.

El Departamento de Migraciones de Cáritas –en colaboración con los padres Camilos– atiende también a los birmanos más pobres en un dispensario en Park Nam, donde cada día reciben más de 50 pacientes, en su mayoría mujeres y niños. El dueño del local es un jefe de la administración local que parece contento de poder ayudar a los birmanos. Tal vez es uno de los frutos de otro trabajo callado y constante de Cáritas aquí: una gran labor de “lobbying” por los derechos de los birmanos ante las autoridades locales.

Según cifras oficiales, hay 117.000 refugiados y 410.000 inmigrantes de Birmania registrados en Tailandia, aunque varias organizaciones humanitarias piensan que, en realidad, los birmanos que viven en el país –donde llevan al menos tres décadas entrando por donde pueden– rondan los dos millones y medio. La isla de Park Nam, situada en el estuario de Mae Nam Chan, junto a la populosa ciudad de Ranong, está sólo a 30 minutos en barca de la ciudad birmana de Kawthang y es un continuo trajín de embarcaciones donde cada día van y vienen unos 4.000 birmanos que al llegar obtienen un pase de un día. Es imposible saber cuántos de ellos intentan probar suerte y quedarse en la próspera Tailandia, un verdadero El Dorado para quienes proceden de Birmania (actualmente Myanmar). Muchos de ellos terminarán encontrando un trabajo en las industrias pesqueras, en el servicio doméstico o en la prostitución, actividad esta última que estás disparando la tasa de infecciones de VIH.

Trabajadores invisibles

Tailandia, con 60 millones de habitantes, es uno de los gigantes económico del Sureste Asiático. La vecina Myanmar, con 50 millones, es su vecino pobre y dominado además por una junta militar que gobierna con mano de hierro. Los tailandeses tienen el orgullo de ser los únicos que nunca fueron colonizados por ninguna potencia extranjera. Desde esta posición –al menos en Ranong–, muchos tienen la percepción de ver a los inmigrantes birmanos como seres sucios y poco educados y además les tienen miedo. En Myanmar viven 50 millones de personas pobres, oprimidas y con pocas perspectivas de futuro, y si continúan viniendo llegarán a ser demasiados. Pero a nadie se le escapa que en Tailandia se benefician del trabajo de los birmanos. En muchas zonas turísticas trabajan en lugares poco visibles, en las cocinas o los servicios de limpieza de los hoteles. Aún está reciente la enorme conmoción que causó a la opinión pública de Tailandia un incidente ocurrido el pasado 10 de abril. En un puesto de control militar en la carretera que va de Ranong a Phuket paró un camión que transportaba un contenedor. Cuando los militares pidieron al conductor que abriera su carga dentro iban 120 inmigrantes birmanos, de los cuales 54 –en su mayoría mujeres y niños- habían muerto por asfixia. Desde entonces aumentaron las redadas y controles

 

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